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TIERRAVISUAL
23 de Agosto hasta el 28 de Septiembre 2016

TIERRAVISUAL

Retrospectiva  fotográfica de Juan Carlos Gedda

 

Como a todos, en algún momento de la vida algo te viene a buscar, y te señala un camino, no puedes evitarlo; después de 50 años recuerdo con claridad el momento en que me vino a buscar la fotografía. Deambulaba por el patio angosto de mi casa - ese del portón- por donde entraba la leña y en cuyo trayecto había arbustos plantados por mi madre y que se acomodaban al lado de un oscuro tinglado de madera de laurel que frenaba la lluvia de inviernos interminables. Del otro lado, la luz del norte -de un nublado claro- hacía brillar millares de gotitas suspendidas de las deshojadas ramas de los arbustos. La magia de este repetitivo evento de invierno seguro estuvo ahí miles de veces, pero ese día ocurría algo distinto, mi hermano Francisco pasaba por la casa como otras tantas veces, después del obligado éxodo a la capital de los sureños que buscaban nuevos caminos. En esas visitas siempre había una novedad, algo del norte que nos deslumbraba, en este caso, un viaje fotográfico acompañado de equipos profesionales. Con muchas indicaciones, confiaron a mis inquietos 13 años, por unos momentos, una cámara Rollei de formato medio, con visor de cintura, complementado con una gran lupa con la que, después unos minutos, exploraba ansioso, sin la facultad de disparar, la transparencia de las gotas de agua de los arbustos del portón. La fascinación que producía mirar de forma refleja lo que veía ese poderoso lente -tan cristalino como el agua que tenía enfrente - fue impactante; ese mundo fraccionado por el encuadre y la inmersión de los fondos en una bruma indescifrable, dejó huellas indelebles. Imágenes de ese mágico momento aún pasean en mi mente.

Una serie de hechos posteriores a ese evento y catalizado por fenómenos sociales dolorosos para la familia, dejaría en mis manos: libros, cubetas, reveladores, ampliadoras, implementos que vendrían una vez más de la mano mi hermano Francisco, generando un nuevo e ineludible encuentro con la fotografía.

Como hermano menor de una inquieta familia, fui el que soportó menos presiones y exigencias de todo tipo y creo que -sin duda alguna- hasta me olvidé de pensar en largo confiando muchas de mis decisiones a los cerebros de la familia, especialmente a Manuel que, en el periodo posterior al golpe militar, desarrolló una gran pasión por el conocimiento de la naturaleza, encantándome con ese bello mundo y que compartiríamos más tarde como alumnos de la Carrera de Biología, en Los Parques Nacionales de la región y luego, junto a Francisco, en todo el territorio nacional.

Un nuevo feliz encuentro: el conocimiento de un fotógrafo y ecólogo norteamericano -Roger Rageot- vinculado al Proyecto de Parques Nacionales, motivaría mi acercamiento a CONAF, donde me hice cargo de la Unidad de Fotografía, que me vincularía fuertemente con el área de Vida Silvestre de dicha institución, consolidando así un lazo con el mundo natural, de gran fuerza y donde aparecería el elemento más significativo en mi trabajo fotográfico, la magnífica Araucaria.

Pero las cosas bellas parecen ser breves y la persecución política a la familia me obligó a abandonar el trabajo en áreas silvestres -que me permitía un ingreso económico asociado a mi trabajo y la oportunidad de visitar innumerables áreas naturales.

Ya fuera de Chile, en Venezuela (1977-1979), me haría cargo de la unidad de Fotografía del Centro de TV. Educativa TV DACTA, periodo donde me acercaría al foto-periodismo y conseguiría, de paso, gran cantidad de herramientas técnicas que aportarían luego, de vuelta en Chile, a desarrollar un trabajo de divulgación científica junto a Manuel, a través de publicaciones en la Revista del Domingo, en diario El Mercurio, en el ámbito nacional y en Revista Geomundo de circulación Latinoamericana.


Después de un tiempo, ya de nuevo en Temuco, la valoración de lo propio y la coyuntura social ayudaron a remirar mi entorno, me vinculé algunos años a la Fotografía de Calle, ese gran escenario en que fluye la vida y donde se ha trabajado gran parte de la fotografía de género, de personas, después del retrato.

Una gran oportunidad en el mundo de las imágenes en movimiento, me alejó del trabajo de la foto fija, no obstante, en dicho periodo, conseguí algunos registros de gran valor, asociado a los periodos de investigación de documentales, muchos de ellos en diapositivos logrados con una inseparable cámara compacta de bolsillo.

Luego de este gran paréntesis de veinte años -sumido en el cine documental-, retomé la fotografía fija, de la mano del formato digital, donde los procesos de post-producción de imagen abrieron horizontes insospechados. En la primera década del 2000, retomé el trabajo fotográfico -a través del desempeño docente- y luego en el ejercicio profesional tratando de cerrar una etapa vinculada al imaginario natural de la Araucanía que había quedado inconcluso a finales de la década del 70.

Hoy, enfrentado a esta retrospectiva, me siento llamado a reflexionar alrededor de mi quehacer: ¿cómo me he parado frente a la fotografía, con qué formación?, ¿con cuál propuesta? con qué estilo?. Quizá son preguntas que llegan demasiado tarde, aún muchas están sin resolver, pero si quiero compartir algunas certezas sobre lo que me provoca este quehacer o forma de ver.

La fotografía es un embriagante juego técnico y mental que parte en la magia del instrumento, en sus ojos de cristal, en la alquimia de su proceso. Es la herramienta de escritura visual más apropiada para retener la fugacidad de un mundo que fluye aceleradamente –sin volver atrás- expresando a cada segundo, miles de poemas, que asoman desde la tierra, entre la nieve, en las ramas, sobre ellas o suspendidos, tocados por la magia de la bruma, del viento y de la luz.

He partido siempre de la admiración de lo que me rodea, de su infinita belleza, imponiéndome solo la tarea de imaginar antes lo que puede pasar y adelantarme un momento a los eventos y luego, solo estar ahí, registrando, en comunión con lo que ocurre. Lo mío siempre ha estado cerca del naturalismo, de la documentación lo más fiel y rigurosa posible, con baja presencia autoral en el post-proceso, instancia en que más se puede ejercer o imprimir un estilo. Recién, en los últimos años, con el advenimiento de nuevas herramientas digitales de post-proceso, he ido por caminos más interpretativos, vinculados a estados emocionales, tanto al momento de la toma como en el revelado y copiado, en que tiendo a reproducir no solo lo que vi, sino también lo que sentí.

Sin duda, el fuerte de la fotografía es su alto grado de iconicidad, su gran nivel de acercamiento a lo representado. Sentí siempre que ese era su camino y, como muchos, no estuve de acuerdo con quienes quisieron acercar la fotografía a la pintura para ganarse un espacio en el arte. Hoy, veo mucha convergencia entre ambos, la foto ha tomado parte de la obligación descriptiva de la pintura, liberándola de los engorrosos procesos de representación fidedigna y regalando, de paso, la pintura a la fotografía, una gran patrimonio y maestría en el uso del color, hoy asequibles en el revelado digital.

La propuesta, para mí lo más claro, es poner en relieve el mundo natural, su valor, su importancia como espacio vital y espiritual, una respuesta necesaria y compensatoria al sobre modulado mundo urbano.
Ojalá esta muestra sea una invitación a salir, a caminar, a conocer las dinámicas de un mundo natural que necesitamos cada día más y que también para su continuidad depende del vínculo, respeto y amor que tengamos con él.


TIERRAVISUAL / Juan Carlos Gedda